Mauricio, Santo
Mártir, 22 de septiembre …
Hoy también se festeja a:
- • Pablo Chong Ha-Sang, Santo
- • Luis María Monti, Beato
- • Ignacio de Santhià (Lorenzo Mauricio Belvisotti), Santo
- • Ignacio de Sandone, Santo
- • Mauricio, Santo
Acompañar a Cristo
Por: H. Adrián Olvera, L.C. | Fuente: missionkits.org
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor dame la gracia de hacer la experiencia de tu amor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 8, 1-3
En aquel tiempo, Jesús comenzó a recorrer ciudades y poblados predicando la buena nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido libradas de espíritus malignos y curadas de varias enfermedades.
Entre ellas iban María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, el administrador de Herodes; Susana y otras muchas, que los ayudaban con sus propios bienes.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Me doy cuenta que la lista de aquellos que acompañan al Señor, es una lista que se podría extender como años han pasado. Habría todo tipo de nombres y personas; hombres y mujeres de distintos tiempos y lugares. Cada quien con su historia, cada quien con su vida, pero con algo en común: fueron curados… fueron sanados por Cristo.
Acompañar a Cristo es consecuencia de haber hecho la experiencia de su amor. Acompañar a Cristo es consecuencia de haber experimentado su consuelo, su misericordia; de haber experimentado su mirada ante aquello que yo mismo no soy capaz de ver y aceptar en mí.
Acompañar a Cristo no es cuestión de un momento de fervor o un compromiso que tiene un día establecido en mi semana. Acompañar a Cristo es una decisión que se da cuando se ha experimentado verdaderamente su amor.
Yo sé que mi nombre se encuentra en esa lista; yo he sido curado y sanado por Él…, ¿lo quiero acompañar?
Seguir a Jesús significa tomar la propia cruz -todos la tenemos…- para acompañarlo en su camino, un camino incómodo que no es el del éxito, de la gloria pasajera, sino el que conduce a la verdadera libertad, que nos libera del egoísmo y del pecado. Se trata de realizar un neto rechazo de esa mentalidad mundana que pone el propio «yo» y los propios intereses en el centro de la existencia: ¡eso no es lo que Jesús quiere de nosotros! Por el contrario, Jesús nos invita a perder la propia vida por Él, por el Evangelio, para recibirla renovada, realizada, y auténtica.
(Homilía de S.S. Francisco, 13 de septiembre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Vivir este día en acción de gracias por todo lo que he recibido del Señor.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Jesucristo es el camino
Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente: Catholic.net
Un joven acudió una vez a un anciano y le pidió que orara por él:
– “Me doy cuenta que estoy cayendo continuamente en la impaciencia, ¿podría orar por mí para que pueda ser más paciente?”.
El anciano accedió. Se arrodillaron, y el hombre de Dios comenzó a orar:
– “Señor, mándale tribulaciones a este joven esta mañana, envíale tribulaciones en la tarde…”
El joven le interrumpió y le dijo:
– “¡No, no! ¡Tribulaciones no! ¡Paciencia!”.
-“Pero la tribulación produce paciencia –contestó el anciano–. Si quieres
tener paciencia, tienes que tener tribulación”.
Cualquier caminante necesita echar mano de la paciencia, pues el camino es largo, arduo y costoso, expresaba san Juan de la cruz y en todo camino se presentan dificultades y tribulaciones de todo tipo.
“Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Jesús aparece el nuevo mediador de Dios (Mc 3,14) y la definitiva revelación de Dios (Jn 17, 22). Jesús señala las condiciones de este camino para entrar en el Reino (Mt 5,20). El caminar cristiano es una carrera (1Co 9,24-27). Para caminar hay que poner lo ojos en Jesús (Hb 12,1-2) y peregrinar (Hb 11,13-16), sin poseer una ciudad permanente (Hb 13, 14) siendo huéspedes de este mundo (1P 1,1). Él es camino de vida, de bendición. Juan lo mostró al mundo como el camino por donde tendría que ir la humanidad, camino recto; quien quiera transitar por caminos de vida, tendrá que caminar con él y por él.
El símbolo del “camino” nos evoca el seguimiento, el proceso espiritual, nos habla de nuestra condición de peregrinos. Somos extranjeros y peregrinos (1P 2,11), somos ciudadanos del cielo, buscamos otra ciudad (Hb 11,9-10). Aquí estamos de paso, esta tierra no es nuestra morada permanente.
El Señor resucitado nos invita a abandonar Jerusalén y a volver a Galilea -donde todo comenzó-, pues allí le veremos (Mc 16,7), nos invita a salir y ponernos en camino. No es fácil responder a esta llamada, ya que amamos la seguridad y estabilidad que nos ofrecen las instituciones y todo tipo de seguridades que nos hemos ganado. Tendemos a instalarnos en nuestras ideas, en nuestros sentimientos, en nuestros trabajos, en nuestras seguridades. Jesús también estuvo sometido a constantes tentaciones, que le invitaban a escoger otro camino más fácil, pero las venció todas y perseveró hasta el final. Nosotros también sufrimos el acoso de las tentaciones para dejar el camino.
Jesús acompañó en todo momento a sus discípulos. “No os dejo huérfanos, volveré a visitaros” (Jn 14,18). Y acompañó a los enfermos y a muchos sanó por su fe. «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y sigue sana de tu dolencia» (Mc 5, 33-34) Jesús acompañó a todos aquellos que se encontraron con él. En este acompañamiento de la persona Jesús va al fondo, lleva a la persona a nacer de nuevo. “Te aseguro que, si uno no nace de nuevo, no puede ver el reinado de Dios…Te aseguro que, si uno no nace de agua y de Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3, 3-5). Y nacieron de nuevo María Magdalena, Zaqueo, Pedro Ignacio de Loyola, Agustín, Carlos de Foucauld….
La vida cristiana se llama en los Hechos de los Apóstoles “el camino” (9,2; 18,25,24,22). En este camino hacia Dios abundan las pruebas y caídas (1P 1, 7) las grandes privaciones (1Co 9, 24-26) y el hacerse violencia (Mt 11, 12). Pero en esta carrera el ser humano no camina solo, Dios es su acompañante. El ser humano es un ser en camino, eterno peregrino a la casa del Padre. En esta marcha se encuentra con encrucijadas: caminos que conducen a la vida y caminos que conducen a la muerte. Y se presentan peligros, riesgos, dificultades de todo tipo. Para superarlos y no ceder al cansancio ni al desaliento, es necesario tener los ojos bien fijos en la meta y estar bien motivados. El ser humano está en continua elección: escoger la vida y seguir por el camino recto, estrecho y empinado, o escoger lo fácil, el camino de muerte.
El seguir a Jesús requiere el poner los ojos en él, en tener sus mismos sentimientos y actitudes, en dar la vida. Y en este camino se sube bajando, se entra saliendo, se es espiritual, encarnándose y se gana la vida perdiéndola. Es un camino totalmente imprevisible, en él abundan las pruebas y caídas (1P 1,7) grandes privaciones (1Co 9, 24-26) y hay que hacerse violencia (Mt 11,12). Pero en esta carrera el ser humano no camina solo, Dios es su compañero; por eso tenemos que tener confianza y saber que él nos acompaña y que aunque caminemos por cañadas oscuras nada debemos temer, porque él va con nosotros y su vara y su cayado nos sosiegan (Sal 22).
Jesús nos invita a seguirle, a caminar con él. La Biblia habla de camino, sendero, vía (Dt 30,15-16) y de la necesidad de escoger un camino u otro, el de salvación o el de perdición para la persona, de vida o de muerte (Dt 30,1-5). “Hay un camino que uno cree recto y que va a parar a la muerte” (Pr 14,12). Jesús nos ha dado a conocer al Padre. A Dios nadie lo ha visto nunca. El Hijo Único de Dios, que es Dios y está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer (Jn 1, 18). Quien lo ve a él, ve al Padre (Jn 14, 9). Él es el camino que nos lleva al Padre, la única posibilidad que tiene el hombre de encontrar la plenitud de la vida: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí” (Jn 14, 6).
Para que Jesús pueda acompañarnos necesitamos desearlo y permitirle que camine con nosotros. Y en este caminar con él necesitamos confiar en él, perseverar y tener paciencia; pues además de una confianza y fidelidad a toda prueba se necesita perseverancia, pues en cualquier campo de la vida no se adelanta nada sin constancia ya que cualquier proyecto necesita tiempo y esfuerzo para echarlo adelante.
Hay personas que parecen mariposas, saltando de médico en médico o de compromiso en compromiso; así en la vida espiritual comienzan un proyecto, con mucho calor, y a los pocos días se enfrían y se desinflan, son amigas de actos heroicos, pero a corto plazo, la vida diaria, el martirio de cada día no tiene atractivo, no aguantan ese ritmo.
Paciencia necesitamos cuando deseamos caminar; paciencia para entender y escuchar a Dios, al otro y a uno mismo; paciencia porque el camino es largo, complicado y lleva mucho tiempo. Sin embargo la marcha lenta obtiene grandes resultados, “poco a poco se va lejos”. La paciencia, como la paz y la felicidad, brotan de uno mismo; por mucho que intenten los otros de que perdamos los estribos, nadie nos arrebatará nuestra paz si nuestra paciencia está bien arraigada. Los obstáculos, las dificultades, los contratiempos desesperan a muchos; sin embargo, Dios nos ha dado los medios con que soportar las cosas que nos sobreviene sin dejarnos deprimir ni aplastar.